miércoles, 28 de mayo de 2014

La Entrevista

    Cuando llegué a la oficina y me senté en mi puesto, frente al ordenador, me dí cuenta de que no recordaba la clave de entrada. Al principio sonreí, —vaya  tontería, no—, me dije para mis adentros, pero al cabo de diez larguísimos minutos  intentando en vano entrar en el sistema empecé a preocuparme. Mis compañeros  miraban furtivamente hacia mi puesto, y empecé a sentirme un poco avergonzado porque tenía la sensación de que se  notaba que me estaba agobiando.
    Abrí el primer cajón y busqué una agenda, convencido de que seguramente mis claves estarían anotadas en alguna de sus hojas. Había una agenda, en efecto, pero no la reconocí. En su interior había muchas anotaciones, pero al pasar las hojas me di cuenta de que  mi propia letra me resultaba ajena.
    Levanté la vista a la vez que me acomodaba en mi silla giratoria y observé que dos de mis compañeros conversaban de espaldas a mí a una distancia que no me permitía oír lo que decían. Me estremecí cuando de repente se giraron y miraron con gesto serio en dirección a mi mesa y a la vez negaban con la cabeza. Bajé la vista y simulé estar tecleando en mi ordenador.
     La situación se me estaba haciendo un poco incómoda,  así que cogí mi abrigo y bajé a la calle. Al pasar junto al vigilante jurado me pareció notar sus ojos clavados en mi nuca, lo cual me inquietó todavía más. Pensé en entrar en la cafetería de siempre pero la posibilidad de encontrarme allí con algún compañero de trabajo me hizo desestimar la idea, la verdad es que apenas me relaciono con nadie de la oficina. Así que me encaminé hacia al parking y cuando estaba cerca del coche saqué la llave del bolsillo y pulsé el botón para abrirlo. No se abrió, lo intenté un par de veces más y nada. Luego me puse frente al coche y me fijé en la matrícula, pero los números y las letras de la placa no me decían nada, ni me sonaban. Traté de usar la llave directamente y al intentar hacerla girar en la cerradura se disparó la alarma así que me fui del parking pitando.
    Entre la carrera que me pegué y me hizo sudar, y el agobio que tenía, decidí marcharme a casa. Saqué el teléfono del bolsillo,estaba apagado y con una raja en la pantalla. Lo encendí pero no recordaba el numero pin, así que al cuarto intento se quedó bloqueado.
    Mi oficina estaba cerca del parque del Retiro, decidí cruzarlo dando un paseo para ver si con un poco de aire fresco mi cabeza se ponía en su sitio. A la altura de la estatua del Ángel Caído me detuve a descansar y me senté en un banco enfrente.
    Una mujer joven con un gorrito de lana gris a juego con unos guantes y un largo abrigo también gris igual que su bufanda se detuvo frente a mí. No la había visto llegar.
    —Hola, qué coincidencia—hizo ademán de darme dos besos que acepté sin articular palabra.
    —Me puedo sentar, supongo
    —sí, claro—le contesté con absoluto despiste.
    —¿Qué te cuentas?—me dijo poniéndome una mano en la rodilla, gesto de confianza que juzgué excesivo pero que en realidad no me incomodó.
    —Pues nada, aquí tomando el fresco— respondí por decir algo.
  —La verdad es que no esperaba volver a verte tan pronto, creí que aguantarías mucho más que yo— me dijo.
    —¿Ah, si?, ¿y eso por qué?—repuse, intentando saber quién era la desconocida sin delatarme
    —No sé, supongo que me parecías muy fuerte—Su afirmación no me daba pistas, así que cambié de tercio.
    —¿Y tú qué haces por aquí?
    —Tengo una entrevista
    —¿Por aquí cerca?
   Sí, aquí mismo—Esto me despistó totalmente.
    —¿Aquí, en el parque?— Insistí
    —Sí, exactamente aquí respondió borrando la sonrisa de su cara.
    De repente sentí un fuerte dolor de cabeza acompañado de un zumbido en los oídos. Me llevé las manos a las sienes durante unos segundos, tratando de aliviarme. Cuando las bajé la chica ya no estaba allí, miré hacia todos lados para ver por dónde se había ido. Levanté la cabeza hacia el Ángel Caído. De repente empezó a soplar un viento fuerte arrastrando miles de hojas secas, me subí el cuello del abrigo y me levanté para irme. A mis pies apareció súbitamente un periódico doblado. Lo cogí y miré la fecha, era de hoy. La portada estaba presidida por la noticia  de un accidente múltiple en una autopista. La foto, en color, ilustraba el momento en que los bomberos liberaban a una mujer de entre el amasijo de hierros en que se había convertido su coche, pero no se distinguía el rostro de la accidentada. Sí se apreciaba que sobre su abrigo gris había manchas de sangre y en el asiento de al lado algo que parecía  un gorro de lana, también gris.
    El coche estaba empotrado contra otro, exactamente igual que el mío, bueno en realidad era el mío porque reconocí la matrícula. El viento se calmó y volví a sentarme en el banco. Aunque no me acuerdo de haberla concertado, sé que tengo una entrevista.

  24 de febrero 2011

2 comentarios:

  1. Muy bueno... Me recordó la película de El sexto sentido...

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  2. Gracias, Marisela. Es un orgullo para mí la comparación de mi relato con la famosa película.

    Un beso.

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