miércoles, 28 de mayo de 2014

Como caído del cielo

    Genaro regresó a casa una tarde más con la chaqueta de su traje azul oscuro en la mano y la corbata negra torcida y aflojada sobre su camisa blanca de manga corta. Alrededor de su cabeza pelada y rojiza se perlaban las gotas de sudor. Entró en el portal dejando de lado el ascensor, pues su casa era el bajo de un edificio de seis pisos en un barrio obrero. Saludó con pocas ganas a su mujer, el cansancio y el calor hacían denso el aire.

­—¿Cómo ha ido el día? — preguntó ella mientras trituraba el gazpacho con la minipimer.

—Bien, hemos empaquetado a tres— contestó desde la habitación mientras  se desvestía

—¿Eran jóvenes?

—Dos viejas y un yonki, entre los tres no pesaban lo que un tío normal, así que no me he deslomado mucho

—Ha venido mi hermano a cenar, está en el patio

—Cagondiós, ese sí que no se deslomará, no

     Genaro en pantalón corto y camiseta imperio descolorida apartó las ruidosas ristras de plástico de la puerta que separaba la vivienda del patio interior. Miró hacia arriba brevemente, y vio las sábanas de los vecinos colgando de los tendales de los pisos y más arriba el cuadrado enmarcando el cielo oscuro del verano

—Hombre, cuñao, ¡qué pasa!— saludó Paco sonriendo y  plegando el Marca mientras  bajaba los pies de la silla que tenía enfrente. —¿Qué tal día has tenido?

—-No tan interesante como el tuyo seguro, no hay más que verte
  
   La mujer de Genaro llamó a gritos a Paco para que le ayudara a poner la mesa, cuando ese acudió a la llamada Genaro cogió el Marca. —tráeme una cerveza de paso— ordenó a Paco —así haces algo útil, coño, que debes tener los cojones en carne viva de tanto tocártelos— añadió por lo bajini a sabiendas de que no le escuchaba.

    Un rato después la mesa estaba puesta, y Sara comenzó a servir el gazpacho mientras Paco removía la sangría con una cuchara larga de madera.

—Ha vuelto la chica del sexto—dijo Sara

—¿La gorda zumbada?— contestó Genaro

—No la llames así, pobre, bastante tiene con lo suyo

—¿Esa es la que se quiso suicidar con las pastillas, ¿no?— intervino Paco

—¿Qué es eso de quererse suicidar?, el que se quiere morir de verdad no lo intenta, lo consigue a la primera y punto y lo demás son montajes para llamar la atención, y ¿sabes por qué? porque no hay cojones de hacerlo ¡esa es la puta verdad!. Morirse es muy fácil, te lo digo yo que trabajo el género desde hace tres años- replicó Genaro. Prosiguió, —Lo que pasa es que la gente es muy floja, joder, hay que echarle cojones a las cosas, mírame a mí—, decía palmeándose violentamente el pecho, —cuando cerró al fábrica de muebles me busqué la vida y encontré trabajo en la funeraria, tenía que sacar una familia adelante así que nada de remilgos, ¡si se quiere salir adelante se sale y se acabó!— terminó la frase con la mirada clavada en Paco que se dio totalmente por aludido y solo ante el peligro pues Sara había ido a la cocina a buscar los macarrones con tomate del segundo plato.

    Sara regresó dejando la bandeja sobra la mesa, y miró hacia arriba. Había luz en la ventana del baño del sexto que estaba abierta —Oye, cálmate un poquito, Genaro, que se oye todo—
—¿Que me calme?— Genaro estaba más encolerizado cada vez y golpeaba con sus enormes manos la mesa.— ¡Estoy hasta los huevos de vagos y cobardes!, ¡hay que tirarse a la piscina,  cojones, hay que tirarse ..!—
  
    De pronto la mesa se partió con un espantoso estruendo, como una bomba y saltaron violentamente por los aires el gazpacho, la sangría, los macarrones salpicándolo todo. Al mismo tiempo, Paco, con los ojos cerrados sintió además un manotazo seco y brutal  en la cabeza. Abrió los ojos, y con la visión borrosa apartó la mano que todavía tenía sobre la cabeza y al levantarse se dio cuenta de que no era la de Genaro.

    Genaro tenía la cabeza baja, la barbilla hundida en el esternón, estaba inmóvil, y en el lugar donde estaba la mesa yacía  tendido el cuerpo de una mujer gorda y desnuda boca abajo.

   Toda la escena estaba cubierta de rojo: el suelo, las paredes los cuerpos de los vivos y de los dos muertos, sangre, sangría, tomate… cuando llegó la policía la cosa se complicó, dos pipiolos recién salidos de la academia  a la vista de la escena vomitaban con violencia hasta la primera papilla, el forense resbaló sobre todas las emulsiones y acabó vomitando también. Sara seguía en el suelo inconsciente y completamente salpicada.

   Al día siguiente, en el tanatorio entre los pésames Paco, vestido con el traje y la corbata negra de Genaro recibió el de Don Gaspar, el dueño de la funeraria,  visiblemente afectado.
—Genaro era un trabajador estupendo y una gran persona, si necesitáis cualquier cosa ya sabéis…

   Esa noche Paco fue incapaz de conciliar el sueño. Por su mente pasaban una y otra vez las imágenes de los terribles sucesos que acababa de vivir, las palabras de Genaro: hay que echarle cojones, hay que salir adelante, hay que tirarse a la piscina, tirarse, tirarse… y la siguiente imagen era la de Genaro con el cuello roto y la cabeza hundida en el pecho y una gorda desnuda y todo rojo alrededor.

  Al día siguiente Paco llamó a Don Gaspar. Pasaron varios meses, un trasiego de hombres se cruzaban en las escaleras cargados de enseres. Sara dirigía las operaciones de la mudanza. Paco miraba el horizonte desde la terraza de su nueva casa. Uno de los mozos de la mudanza se le acercó, era un viejo conocido de Paco.
—Vaya casa, tío, te ha venido de puta madre este trabajo— Paco no se giró, miró una nube con forma de escultura de Botero y contestó:
— Ya te digo, tío, como caído del cielo.


     11 junio 2010

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