Veo junto a su reloj unos números grabados
en su piel. Con manos temblorosas el
encorvado anciano me entrega la sortija en
un estuche de terciopelo. Su mirada
azul, dura y profunda me dice que también lleva tatuado muy adentro y desde hace mucho, un
sufrimiento infinito.
Junto a la caja registradora hay un grueso
libro de cantos dorados con una estrella de David en la portada.
Por
la noche sueño en blanco y negro. Veo al
joyero aterrorizado, acosado por tres doberman.
Me
despiertan las sirenas de los bomberos. Suena el teléfono. Es el portero que me avisa de que están desalojando el edificio por un escape
de gas. No tengo miedo.
Me gusta que en la mayoría de lo que escribes, el final lo insinúas pero queda a elección del lector que ponga el que mejor le parezca. Incluso si lo relée, cambiar ese mismo final -dependiendo de su estado de ánimo. Tu generosidad se refleja hasta en tus relatos y el respeto hacia los lectores también
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