Genaro
regresó a casa una tarde más con la chaqueta de su traje azul oscuro en la mano
y la corbata negra torcida y aflojada sobre su camisa blanca de manga corta. Alrededor
de su cabeza pelada y rojiza se perlaban las gotas de sudor. Entró en el portal
dejando de lado el ascensor, pues su casa era el bajo de un edificio de seis
pisos en un barrio obrero. Saludó con pocas ganas a su mujer, el cansancio y el
calor hacían denso el aire.
—¿Cómo
ha ido el día? — preguntó ella mientras trituraba el gazpacho con la minipimer.
—Bien,
hemos empaquetado a tres— contestó desde la habitación mientras se desvestía
—¿Eran
jóvenes?
—Dos
viejas y un yonki, entre los tres no pesaban lo que un tío normal, así que no
me he deslomado mucho
—Ha
venido mi hermano a cenar, está en el patio
—Cagondiós,
ese sí que no se deslomará, no
Genaro en pantalón corto y camiseta
imperio descolorida apartó las ruidosas ristras de plástico de la puerta que
separaba la vivienda del patio interior. Miró hacia arriba brevemente, y vio
las sábanas de los vecinos colgando de los tendales de los pisos y más arriba
el cuadrado enmarcando el cielo oscuro del verano
—Hombre,
cuñao, ¡qué pasa!— saludó Paco sonriendo y
plegando el Marca mientras bajaba
los pies de la silla que tenía enfrente. —¿Qué tal día has tenido?
—-No
tan interesante como el tuyo seguro, no hay más que verte
La mujer de Genaro llamó a gritos a Paco
para que le ayudara a poner la mesa, cuando ese acudió a la llamada Genaro
cogió el Marca. —tráeme una cerveza de paso— ordenó a Paco —así haces algo
útil, coño, que debes tener los cojones en carne viva de tanto tocártelos—
añadió por lo bajini a sabiendas de que no le escuchaba.
Un rato después la mesa estaba puesta, y Sara
comenzó a servir el gazpacho mientras Paco removía la sangría con una cuchara
larga de madera.
—Ha
vuelto la chica del sexto—dijo Sara
—¿La
gorda zumbada?— contestó Genaro
—No
la llames así, pobre, bastante tiene con lo suyo
—¿Esa
es la que se quiso suicidar con las pastillas, ¿no?— intervino Paco
—¿Qué
es eso de quererse suicidar?, el que se quiere morir de verdad no lo intenta,
lo consigue a la primera y punto y lo demás son montajes para llamar la
atención, y ¿sabes por qué? porque no hay cojones de hacerlo ¡esa es la puta
verdad!. Morirse es muy fácil, te lo digo yo que trabajo el género desde hace
tres años- replicó Genaro. Prosiguió, —Lo que pasa es que la gente es muy
floja, joder, hay que echarle cojones a las cosas, mírame a mí—, decía palmeándose
violentamente el pecho, —cuando cerró al fábrica de muebles me busqué la vida y
encontré trabajo en la funeraria, tenía que sacar una familia adelante así que
nada de remilgos, ¡si se quiere salir adelante se sale y se acabó!— terminó la
frase con la mirada clavada en Paco que se dio totalmente por aludido y solo
ante el peligro pues Sara había ido a la cocina a buscar los macarrones con
tomate del segundo plato.
Sara regresó dejando la bandeja sobra la
mesa, y miró hacia arriba. Había luz en la ventana del baño del sexto que
estaba abierta —Oye, cálmate un poquito, Genaro, que se oye todo—
—¿Que
me calme?— Genaro estaba más encolerizado cada vez y golpeaba con sus enormes
manos la mesa.— ¡Estoy hasta los huevos de vagos y cobardes!, ¡hay que tirarse
a la piscina, cojones, hay que tirarse ..!—
De pronto la mesa se partió con un
espantoso estruendo, como una bomba y saltaron violentamente por los aires el
gazpacho, la sangría, los macarrones salpicándolo todo. Al mismo tiempo, Paco, con
los ojos cerrados sintió además un manotazo seco y brutal en la cabeza. Abrió los ojos, y con la visión
borrosa apartó la mano que todavía tenía sobre la cabeza y al levantarse se dio
cuenta de que no era la de Genaro.
Genaro tenía la cabeza baja, la barbilla
hundida en el esternón, estaba inmóvil, y en el lugar donde estaba la mesa
yacía tendido el cuerpo de una mujer
gorda y desnuda boca abajo.
Toda la escena estaba cubierta de rojo: el
suelo, las paredes los cuerpos de los vivos y de los dos muertos, sangre,
sangría, tomate… cuando llegó la policía la cosa se complicó, dos pipiolos
recién salidos de la academia a la vista
de la escena vomitaban con violencia hasta la primera papilla, el forense
resbaló sobre todas las emulsiones y acabó vomitando también. Sara seguía en el
suelo inconsciente y completamente salpicada.
Al día siguiente, en el tanatorio entre los
pésames Paco, vestido con el traje y la corbata negra de Genaro recibió el de
Don Gaspar, el dueño de la funeraria, visiblemente
afectado.
—Genaro
era un trabajador estupendo y una gran persona, si necesitáis cualquier cosa ya
sabéis…
Esa
noche Paco fue incapaz de conciliar el sueño. Por su mente pasaban una y otra
vez las imágenes de los terribles sucesos que acababa de vivir, las palabras de
Genaro: hay que echarle cojones, hay que salir adelante, hay que tirarse a la
piscina, tirarse, tirarse… y la siguiente imagen era la de Genaro con el cuello
roto y la cabeza hundida en el pecho y una gorda desnuda y todo rojo alrededor.
Al día siguiente Paco llamó a Don Gaspar.
Pasaron varios meses, un trasiego de hombres se cruzaban en las escaleras
cargados de enseres. Sara dirigía las operaciones de la mudanza. Paco miraba el
horizonte desde la terraza de su nueva casa. Uno de los mozos de la mudanza se
le acercó, era un viejo conocido de Paco.
—Vaya
casa, tío, te ha venido de puta madre este trabajo— Paco no se giró, miró una
nube con forma de escultura de Botero y contestó:
—
Ya te digo, tío, como caído del cielo.
11
junio 2010